HOMENAJE A CESAR VALLEJO.
El
inca Vallejo, que se nos murió
de su hambre telescópica de platos
distantes
poética y soturna, revelación y
desgarro,
de luz de arañas entre los zapatos
y nubes alveolares con voz secreta
desclavada a gritos por el animal
hombre,
por el hombre humano, el hermano
hombre.
El cholo Vallejo, qué grande,
a penas duras dejó cadáver.
Pero su ataúd de palabras,
esencialmente montaña,
se desarrolla en cordilleras
y salas hipóstilas que sustentan
planetas.
César, no sé si sabes, todos aquí
jugamos a escondernos y nadie se
encuentra,
y nadie se inquieta y nadie ríe,
y el juego sigue y sigue inaplazado,
aburridamente entre ceros minerales.
Y se nos ha caído Dios con estrépito de
hombre
y las ideas con silencios de tinta,
tú, que tan fieramente nos amaste,
tú, el tan tigremente apesadumbrado,
tú, que para nacer apagaste estrellas
y lo hacías uña a uña gravemente
con lápices sangrantes y segmentos de
sombra
sobreviviendo a la velocidad astral del
vino,
a la hambre larga y el perdón
injustificado
y las siete pasiones sin quiebra ni
espuma.
Porque eras cholo tierra feraz de la
tierra
y tratabas tú a tú cárcel y escombros
disolviendo germen alado en racimos,
en luceros emboscados y en cisnes
sucedidos.
¡Ay de tanto que se pierde
cuando tan sin remedio llega tu
silencio!
¡Ay de nosotros en la lucha
y ay de Dios enfermo!
Sigue el llanto,
sigue ahora en aguacero.
Sean estos versos destilados
hasta el azeótropo mi tributo
y sea tu quintaesencia mi brindis,
doceavamente repetido.
Félix Molina.
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